21 de enero de 2017

Dos años y un día...

Ayer hizo dos años que desembarcamos en Bruselas.

Tengo buena memoria para las fechas y aquellos días, aunque reinara el caos, se me grabaron con detalle. A mi hija mayor le pasa lo mismo y, aunque tenía cuatro años, se acuerda de los detalles más nimios de aquel entonces.

El año pasado ya hice un balance del primer año, con sus cuatro estaciones, siendo expat en Bruselas. Lo puedes leer aquí.

Éste segundo año ha sido un año intenso, duro, marciano y también ha tenido sus cosas buenas.

Tuvimos los ataques terroristas de marzo que sacudieron nuestra vida y pusieron a Bélgica y a Bruselas en el foco de las noticias por su desorganización. Fue extraño, marciano, que desde fuera te contaran las noticias y tú estar viviendo una realidad completamente diferente. Quiero creer que éste país aprendió por las duras una terrible lección y algo está cambiando.

Tuvimos lluvia, mucha lluvia... seguro que si lo miro ahora mismo en los registros meteorológicos dice que no fue para tanto, pero el caso es que llovió. Mucho. Y no hubo verano. Bueno, sí, 3 días en septiembre.

El segundo año tiene la ventaja de que no te pilla por sorpresa. Te sabes las actividades que va a haber próximamente, los festivos, el clima, te ahorras el cambio de armario... saber que nos espera el conejo de Pascua escondiendo chocolate o que en mayo hay unas jornadas de jardinería en el parque de al lado de casa, ayuda a organizar el día a día y a sentirte integrado.

Tuvimos despedidas. Porque cuando ya llevas aquí dos años te pasas al grupo de los veteranos en Bruselas. Y te toca despedir a amigos o compañeros que terminan su trabajo o su aventura aquí. Por contra, siendo veterano, también tienes ocasión de ejercer de comité de bienvenida para los recién llegados, que es una de las experiencias más satisfactorias que estamos teniendo. Conocer a gente nueva, no necesariamente españoles, y poder al menos reírnos un poco de la vida, no digo ya ayudar; es de lo mejor de ésta expatriación. La tribu hace mucho y, afortunadamente, cada vez somos más.

Tuvimos pocas visitas. Dicen que la gente sólo viene a verte el primer año. En parte es cierto y en parte también la culpa fue de la imagen de caos y miedo que se generó fuera. En cualquier caso, agradecimos mucho a todo el que vino a vernos y esperemos que para el tercer año no nos olviden (y nos repongan las existencias de jamón según vayamos acabándolas).

A cambio, todo buen expat pasa las vacaciones en su pueblo. Ahora, cada vez que hay vacaciones vamos a España a ver a la familia y a los amigos. Al principio era extraño porque tienes la sensación de que allí es donde está tu vida, tu barrio, tu Mercadona. Ahora es extraño porque, después de dos años, al volver a España la encuentras cambiada. Lo bueno es que allí no se acaban las existencias de jamón y no nos importa que llueva.

El francés. Con sus altos y sus bajos, la conclusión es que hay que ser constante y yo he tenido un parón de muchos meses. Conseguir empezar un curso de francés en Bruselas, en horario de mañana, es relativamente sencillo. El problema es cuando tienes un nivel intermedio/bajo porque lograr una plaza es más complicado que pasar Las doce pruebas de Astérix. Hay mucha oferta de tarde/noche y una, que es madre de familia y no está de Erasmus, lo tiene complicado.
Los peques ahora van ya los dos al colegio y no tienen mayor problema para comunicarse, así que es una preocupación menos.

La burocracia aún no ha terminado, y a éste paso lo mismo me vuelvo y seguimos igual. El coche, el consulado, el registro, la commune... todo sea por estar bien fichado.

Echo la vista atrás y a mis propósitos del año pasado:

  • Propósitos para el segundo año
  • Estudiar más francés y buscar más ocasiones para practicarlo. Apuntarme a clases en grupo.
  • Tratar de hacer más vida social, con y sin niños. Y sin patos.
  • Colgar los cuadros.
  • Ayudar a futuros nuevos expats en Bruselas a que su aterrizaje sea más suave.

Me apunté a francés y me he vuelto a apuntar a partir de febrero. Ya no hay quien me pare. Y además, también me apunté a inglés. Una gran decisión.
Hago toda la vida social que mis años me permiten. Con niños, sin niños y sin patos. Siempre se puede hacer más.
Los cuadros que me quedan por colgar es porque no me quedan paredes. Y estamos muy contentos con nuestra casa y viendo nuestras plantas del patio crecer (o morir congeladas, ya veremos).
Y con respecto al último propósito, como decía, es lo mejor de estar aquí. Compartir alegrías y penurias...


Es hora de pensar en el tercer año. Vamos a sacarle todo lo bueno que podamos ¿te vienes? ;-)